"Un día de 1545, cuando ya creíamos que nuestros sufrimientos no habrían de tener fin, aparecisteis vosotros, con vuestras capas negras... dispuestos a hacer justicia y a librarnos de la tiranía que los castellanos habían implantado en la llanura".
Este libro no sería de los que yo hubiera elegido de ir a la biblioteca, pero realmente me encantó.
Es difícil seguir, en ciertos momentos, el hilo de la historia. Cada capítulo cambia de perspectiva, lo que hace imposible tomar un bando. Los que son héroes en un momento se vuelven villanos al siguiente y luego resulta que son pobres víctimas.
A pesar de que se ambienta en los tiempos de la conquista, los sucesos narrados se prestan tanto para cualquier realidad actual. Los más poderosos, los dimes y diretes, las luchas entre sectores y las muertes innecesarias por la búsqueda de una causa.
Una frase de los últimos capítulos es determinante para entender por qué el mundo está tan falto de justicia.
—... La justicia, ya se sabe, es como gorrión en mano: si uno afloja el puño, escapa, y si la aprieta en exceso, la asfixia.—...El exceso de justicia es injusticia, decía mi maestro de Derecho Romano. Pero en este caso, no se trata de una cuestión de justicia. Es una cuestión de poder. Aquí nadie sabe todavía si la justicia la debemos impartir nosotros, el Cabildo, el obispo, el Rey o María Santísima.
Aparte de éste, mis extractos favoritos son los siguientes:
El vínculo entre la palabra y la doctrina se cortó de súbito y el santo se me fue, Dios sabe dónde, aunque seguro estoy que no al Cielo....estamos obligados a dar testimonio de carácter, como hombres que somos, y no como lloronas.—El ayuno es el muro del alma para que el demonio no pase....con cuanta rapidez el más pequeño trastorno de la naturaleza nos rebaja a lo que somos, unas pobres criaturas asustadas, perdidas en un navío cuyo gobierno está a expensas del Altísimo.—La verdad no es plato que guste a los poderosos.—Por eso necesita de nosotros, para que denunciemos a los corruptos y para que se haga justicia, pues sólo nosotros —dijo tocándose el pecho— somos portadores del ideal que anima las Leyes Nuevas que no es otro que la doctrina de Jesucristo.La vida me ha enseñado que la intolerancia no suele morar entre los comunes, sino que es defecto mas usual en gentes poderosas e intruidas.—Eso es lo que quisieran todos, justificar la iniquidad con la tardanza para seguir robando, esclavizando y matando.—El obispo no podrá alegar extralimitación en nuestras atribuciones. A fin de cuentas, nosotros no habremos hecho otra cosa que obedecer la voz del pueblo, y la voz del pueblo es la voz de Dios ¿No es así, señor canónigo?Para el vulgo, lo primero es siempre el bolsillo y luego mira que hace con el alma.Cuando el villano está en su mulo, ya se sabe; ni conoce a Dios ni al mundo....he venido a descubrir que el estudio no necesariamente da sabiduría. Sólo da conocimientos, y, a veces, Dios me perdone, bastante inútiles.—La gente espera demasiado de nosotros (los jueces). Cree que, si somos honrados, hemos de ser por fuerza infalibles y justos. Sócrates escribió una vez que es preferible padecer la injusticia que cometerla, pero ¿cómo distinguirla en ocasiones de la justicia?
En ciertas ocasiones, aunque el autor narraba sobre el pasado, me pareció que hacía una predicción del futuro, como en un fragmento en que los encomenderos dicen: "Primero muertos a obedecer las Leyes Nuevas".
Como escritora, lo que me gustó fue que demuestra que una historia no tiene por qué ser contada de un sólo punto de vista y como un personaje no tiene que ser siempre el protagonista, el héroe, el villano o la víctima. Es un libro donde lo más importante es la historia y no los personajes.
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